Los aviones me fascinan, la idea de volar y ese revoltijo en el estómago que siento cada vez que despego o aterrizó no tienen precio (a decir verdad sí tiene precio y en dólares 😅😂).
La primera vez que viajé no recuerdo exactamente cuántos años tenía pero fuimos a Arequipa? Sí, creo que ahí fue y no me gustó, sentí que íbamos inclinados todo el trayecto en dirección a la luna. Después de ello no volví a viajar en avión hasta el 2012, ya mucho mayor y consciente de todo hice un gran vuelo y desde ahí no he dejado de amar los vuelos. Mirar por la ventana como me alejo de una ciudad y sonreír me encanta. Atravesar nubes y verlo todo blanco también me llena de emoción.
Sin embargo, también me da temor y esto es algo realmente paradójico porque me da mucho temor y a la vez me genera mucha ilusión, mucha adrenalina. Y ver sucesos o castrastrofes aéreas me desestabilizar el cuerpo, yo y mi terrible imaginación volamos y volamos no solo en momentos felices sino más bien por momentos malos, sucesos infelices...
Pero lo vale, creo que no hay nada más bonito que viajar en avión creo yo. Esa sensación y el revoltijo en el estómago cuando despegas hace que se me estremezca el cuerpo de felicidad y los aterrizajes abruptos me matan, literal...
Este es un post corto, conciso recordando cómo me hacen sentir los vuelos, en el cielo y en el infierno al mismo tiempo. Y aunque no viajo hace cerca de 5 meses y probablemente no lo haga pronto, poder volver a sentir esa sensación es lo que me motiva a seguir ahorrando, a seguir empujando aquí en la tierra el cochecito llamado esfuerzo...
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